Dr. Tomás Pérez-Acle
Director Centro BASAL Ciencia y Vida
Profesor, Facultad de Ingeniería y Tecnología
Universidad San Sebastián
La pandemia está dejando aprendizajes en todos los ámbitos de nuestra sociedad, y la ciencia no escapa de ellos. Sus impactos representan, entre otras aristas, un punto de inflexión en la manera en que la comunidad académica se vincula con la sociedad y, particularmente, con las autoridades políticas. No es posible pensar en una ciencia donde sus protagonistas esperen que el conocimiento fluya por inercia desde los laboratorios.
Durante la emergencia, los científicos asumimos la tarea de aportar con evidencia para apoyar la toma de decisiones; mientras los gobiernos establecieron consejos de expertos dedicados a entre gar recomendaciones. En nuestro caso, gracias a una invitación del ministro de Ciencia, Dr. Andrés Couve, aportamos con el desarrollo de modelos computacionales para proyectar la dispersión e impacto del COVID-19 en Chile.
Al ser parte de dos instancias –el Grupo de Modelamiento y la Sub Mesa de Datos– hemos aprendido, y a veces dolorosamente, múltiples lecciones. Un brutal primer aprendizaje fue darnos cuenta que lo que antes veíamos como datos, hoy eran nuestras familias, estudiantes, amigos y conocidos, afectados por un virus letal y de rápida propagación.
Frente a este golpe de realidad, ¿qué nos motivó a involucrarnos, saliendo de la comodidad de nuestros laboratorios, las pizarras blancas llenas de ecuaciones y computadores? Un profundo sentido de responsabilidad (gran parte de nuestros estudios son financiados con recursos
públicos) y la necesidad de aportar, aun que fuese un grano de arena, en la bata lla.
Pusimos a disposición todas las capacidades de nuestro laboratorio, tanto para dimensionar la real magnitud de la situación que enfrentábamos; como para generar proyecciones sobre su impacto y el efecto de las medidas adoptadas. Lamentablemente, nuestros informes no siempre fueron tan relevantes para el diseño de estrategias y de la toma de decisiones.
A menudo, nos enfrentamos con la incredulidad de las autoridades y, por qué no decirlo, al descrédito de otros grupos. Visto en perspectiva, para nadie fue fácil oír en marzo de 2020 que el colapso del sistema sanitario era prácticamente inevitable y que, de no mediar una cuarentena total, decenas de miles de compatriotas serían víctimas de la pandemia. Que solo un confinamiento masivo nos daría la oportunidad de articular una respuesta eficaz.
¿Cómo lidiar con esto? Aprendimos que la forma de dialogar es esencial para nutrir las vías de comunicación apropiadas al contexto político (desconocido para la mayoría de los científicos). Ante una situación de tal magnitud, el atrincheramiento en el discurso, por muy fundamentado que este sea, no es útil. Si la evidencia no logra cambiar la opinión, menos lo hará el ataque frontal. Esto nos desafía a desarrollar competencias para comunicar en forma apropia da. Y aunque la última decisión es política –lección fundamental de esta pandemia– la ciencia siempre tendrá algo que decir.
Y aquello debe ser comunicado de manera simple, clara y, en lo posible, libre de contexto político. La veracidad no va necesariamente de la mano de la complejidad y menos aún en escenarios críticos. Desde la llegada del Dr. Enrique Paris al Ministerio de Salud, construimos puentes de comunicación para explicar nuestros análisis y proyecciones. Pese a convertir nos en blanco de críticas desde la trinchera opositora al gobierno, fuimos escuchados.
Nos convertimos en actores clave en la discusión sobre una dosis de refuerzo. Esto nos enseñó que hay momentos en que no queda otra que arriesgarse y de fender las conclusiones, aun poniendo en riesgo la reputación (el activo más valioso de todo científico). Junto a Israel y Uruguay, Chile es líder en este proceso. Mientras Alemania avanza hacia la peor crisis de la pandemia, por la dispersión de Delta; en Chile tenemos más del 80% de la población completamente vacunada, y más de un 42% de esta con dosis de refuerzo.
Esto explica, en gran medida, el mesura do impacto que produjo esta variante en nuestro país. Y muestra, además, que los retos globales no serán resueltos por acciones locales. Miremos África: millones de personas no vacunadas, desde donde acaba de emerger Ómicron, una variante con el potencial de poner al mundo en jaque.
La actual no será la última pandemia que viviremos. La ciencia no puede ser un ente pasivo ante discursos negacionistas que ganan terreno globalmente (como los movimientos antivacunas). Debemos asumir un rol activo, militante del credo que indica que el conocimiento es la única forma de resolver problemas complejos. ¡Es hora de que los científicos seamos activistas del conocimiento