- Por Gloria Baigorrotegui, académica del Instituto de Estudios Avanzados USACH (IDEA).
La imagen de un mundo impulsado por la ciencia y la tecnología se asume como lineal: un tránsito permanente hacia un futuro más verde y eficiente. Sin embargo, esta narrativa simplista oscurece las complejas relaciones que nos han traído hasta aquí y, peor aún, que nos están acelerando hacia un callejón sin salida. Es en este punto de inflexión donde los estudios de Ciencia, Tecnología y Sociedad (CTS) y su enfoque tecnológico-humanista se vuelven esenciales para nuestra supervivencia.
No podemos seguir pensando en la técnica y las máquinas como elementos aislados de la cultura y la historia humana. Me resulta difícil imaginar una sin la otra. La energía es la base de nuestras civilizaciones y, sin embargo, a menudo es algo que pasamos por alto, como si fueran un telón de fondo. Es esta desconexión la que nos impide dimensionar el verdadero impacto de nuestras decisiones tecnológicas.
Los estudios CTS no nacieron como una disciplina blanda; surgieron en la década de los sesenta como un movimiento de ciencia radical. En un contexto histórico marcado por la Guerra Fría y el desarrollo de la física nuclear, el mundo académico se cuestionó si las contribuciones de la ciencia estaban siendo dirigidas al bienestar humano o, por el contrario, a una “pulsión destructiva de la tecnociencia”. La interdisciplinariedad de los CTS –que vincula a seres humanos, ecología, ciencia y tecnología– fue una respuesta urgente a esta deriva. No solo fue un campo académico, sino un movimiento.
Hoy, la urgencia es de otro orden, vinculada prioritariamente al cambio climático. Pero la función de los estudios CTS sigue siendo la misma: poner en el centro del debate las implicaciones éticas, sociales y culturales del “progreso” tecnológico. En IDEA pronto lanzaremos el libro “Infraestructuras Abismales. Comunidades Energéticas de la Mantención, Reparación, Mejora y Abandono”, el cual demuestra que la energía y la sociedad son inseparables, un postulado que va a contracorriente de las narrativas occidentales que insisten en aislarlas como conceptos separados.
Uno de los aportes más críticos de esta perspectiva es el cuestionamiento a la etiqueta de “transicional” que se aplica al proceso energético actual. La “transición energética” se nos vende como un hilo narrativo que avanza “en una dirección progresiva de mejora continua”, desde lo fósil a lo renovable.
No obstante, esta narrativa esconde una paradoja brutal: la supuesta transición energética no es un hilo narrativo referido a un proceso que va de una etapa a la otra, sino que convive, en paralelo, con un aumento en el consumo de todas las demás fuentes (fósiles y no fósiles). Cada nueva infraestructura energética, cada “innovación tecnológico-energética”, lejos de sustituir, acrecienta los consumos totales, acelerando nuestro camino al despeñadero.
Esto contrasta fuertemente con una postura bien distinta que observamos en nuestras latitudes andino-americanas, donde los patrones energéticos se conciben de manera sinérgica con la existencia de personas, en un sentido colectivo, ancestral y relacional, desmarcando de las narrativas occidentales y coloniales.
La conclusión de los estudios CTS es clara: el problema de la descarbonización no se resuelve únicamente con más tecnología o con mejores baterías. Más que transiciones energéticas para la descarbonización de nuestras economías lo que necesitamos es transformar nuestra mentalidad sobre la energía en general y sobre los modos de intercambio económicos y productivos, en particular.
La ingeniería y la economía nos dan las herramientas para construir las soluciones; pero son las humanidades –la filosofía, la sociología, la antropología, la historia– las que nos dan el criterio para saber qué construir, para quién y por qué. Solo al vincular de forma genuina la ciencia, la tecnología y la sociedad podremos evitar que nuestra acelerada carrera hacia el “progreso” nos lleve, sin darnos cuenta, al despeñadero. El futuro sostenible requiere una mirada profunda, no solo una superficial capa de pintura verde. Es hora de darle a las Humanidades su lugar central en la mesa de la innovación.